Los miedos del imperio
Dice Carlos Taibo en alguno de sus libros (100 Preguntas sobre el Nuevo (des)orden, ¿Hacia donde nos lleva Estados Unidos?) que los Estados Unidos guía su política exterior con el objetivo de dinamitar las posibles alianzas que, en su caso, pudieran hacerle sombra en el trono del poder imperial que ahora mismo ostenta.
Estas alianzas amenazantes para los intereses norteamericanos serían aquellas formadas por la UE y la Federación Rusa; la misma Rusia y Japón; o la formada por China y las potencias de su entorno.
No es difícil adivinar el porqué de ese miedo, y, a su luz, se deducen muchas de las causas de las últimas intervenciones del gobierno americano más allá de sus fronteras.
Añado yo sobre esto que la administración de Washington parece estar comenzando a tener cierta desazón con el despertar de la parte sur del continente americano.
En efecto, América Latina está despertando. Su papel en el exterior ha crecido exponenciálmente, sobre todo gracias al impulso inversor chino y europeo, y la magnífica gestión que de estos recursos están realizando las fuerzas de la nueva izquierda americana.
El hecho de que sean fuerzas de izquierda, las mismas a las que los estadounidenses derrocaron una y otra vez en decadas pasadas para instituir dictaduras sanguinarias de carácter fascista, provoca que el miedo se haga aún más acusado, ya que en la psique de la administración estadounidense parece seguir retumbando aquella frase de Kissinger: "lo que en ningún caso podemos consentir es que el socialismo acceda al poder por medios democráticos".
De ahí la última maniobra diplomática ordenada por los neoconservadores a resultas del apoyo unánime recibido por Cuba en su intento por desembarazarse del criminal embargo que desde hace 40 años estrangula las finanzas caribeñas.
Bush es consciente de lo que significa perder el control de su "patio trasero", la pérdida de los millones de semi-esclavos que trabajan para Wal-Mart, Banana Co., Levi's, etc..., la pérdida del control sobre acuerdos tan injustos como el ALCA, la pérdida del control de un miembro, como mínimo, del Consejo de Seguridad de NU, etc, etc, etc.
Es por ello que la postura española, y, por ende, la europea, se tornan más importantes que nunca. En los 60 y 70 es posible que fuera muy difícil atajar las innumerables injerencias de Washington que provocaron centenares de miles de muertos. Pero en nuestra sociedad de la información masiva una injerencia de ese estilo conlleva un costo altísimo a nivel mundial.
Este argumento debe ser tenido en cuenta por la UE para no dejar a Latinoamérica sola en unos momentos en los que se está jugando, definitívamente, su futuro como continente independiente y libre de las garras imperiales.
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