Monday, May 22, 2006

Dos visiones de España

En esta legislatura más que en ningún otro momento en la Democracia se está haciendo obvio la existencia de dos bloques mayoritarios que reflejan dos visiones muy diferentes de España.
La España que el PP, conservador de ascendencia católica, desea es una España de cambios tasados y controlados, reflejando inanición en el progreso social que escape de lo tradicional, utilizando argumentos universalistas, acudiendo a éticas de raíz profundamente emotivas y pasionales, propias del irracionalismo, y profundamente excluyentes.
Se contrapone a ésta una tendencia progresista de ramalazo laico y virutas (desgraciadamente sólo virutas) socialdemócratas, agrupada mayoritariamente en torno a PSOE e IU, que trata de avanzar lo que a España le hubiera correspondido en 40 años de congelación forzosa, acudiendo al tren de los tiempos, al reloj que marca más horas de las que nos gustaría, tratando de acudir a éticas muy incardinadas en el relativismo abierto que permita la coexistencia de unos con otros sin que nadie se imponga y excluya a los demás.
Hechos que apoyan la imagen del PP que describo son su militancia católica, que dota de un prisma de significado unívoco a la hora de ofrecer soluciones al paso de los tiempos, confiriendo más peso a un tipo concreto de espiritualidad que a los estudios científicos, otorgando carta de validez a prejuicios anclados en una suerte de psique trasnochada y amenazando veladamente con la exclusión a aquél que no comparte esa especial manera de aproximarse a la realidad. Así mismo su furibundo nacionalismo, con identificaciones patriótico sentimentales, sitúa, claramente en el tablero, a enemigos y amigos, en una suerte de todo o nada, "o conmigo, o contra mí".
Por contra la izquierda ha decidido dar la vuelta a un calcetín, por lo demás bastante sudado, con el objetivo de reconocer derechos a quien no los tenía, aunque falta alguno que la sociedad demanda, visualizando a la juventud como colectivo social que debe asumir responsabilidades, dibujando perspectivas según una ética socialmente liberal, que permita que quien piense diferente articule su propia alternativa, sin renunciar a crear una conciencia ciudadana basada en valores como la justicia social, la distribución equitativa de los recursos, etc. Huye de premisas irracionales que vinculen el aspecto volitivo de la sociedad a categorías sentimentales, facilmente exaltables y en nada representativas de la voluntad racional.
El último hecho que denota la enorme diferencia en el modo de encarar los problemas que se presentan en el día a día es, sin duda, la cuestión del alto el fuego de ETA.
El PP está acudiendo a teorías emotivistas para renunciar a apoyar al Ejecutivo, acusando a éste de traicionar a España (encuéntrese definición razonada que haga encajar la realidad en una presunta traición), de rendirse a las exigencias terroristas (díganse en qué cuestiones se verifica una rendición, si se sabe la definición de tal término), de romper un país, cediendo soberanía a entes sin ella (búsquese la definición de soberanía, con el objeto de verifiicar que, efectivamente, tal cuestión se está cediendo), en fin, tratemos, de modo riguroso, de confrontar la realidad con sus reflejos abstractos en forma de conceptos, y enjuiciemos, entonces, si las acusaciones vertidas son reales.
Trataré de simplificarlo:

Traición: 1.- Falta que se comete quebrantando la fidelidad o lealtad que se debe guardar o tener.
2.-
Delito cometido por civil o militar que atenta contra la seguridad de la patria.
Rendición:
Acción y efecto de rendir o rendirse.
Rendir:
Vencer, sujetar, obligar a las tropas, plazas, embarcaciones enemigas, etc., a que se entreguen.
Romper:
Separar con más o menos violencia las partes de un todo, deshaciendo su unión.
Soberanía:
Autoridad suprema del poder público.

Una vez hemos acudido al significado de las palabras podemos constatar la realidad.
El PP trata de utilizar los términos en su beneficio, con una evidente falta de rigor, y tratando de explotar una vena emotiva que genere crispación, en lugar de entrar en un debate sosegado que permita elegir entre dos opciones cuyo planteamiento, por lo demás, es igual de válido, y de las que corresponde elegir a los electores.
Sin embargo, acudiendo a la vena sentimental, el debate se torna en un imposible, puesto que no se basa en premisas racionales, sino en creencias incardinadas en la psique colectiva, de las cuales no es posible debatir con ánimo de llegar a un acuerdo, como no es posible hacerlo de qué es el amor o el odio, puesto que no son conceptos objetivables.
Por contra, los conceptos que manejamos son evidentemente objetivables, y admiten discusión en términos racionales. Es ahí donde se encuentra la debilidad obvia del argumentario del PP.
En conclusión corremos el riesgo de entrar en un ¿diálogo? sin pies ni cabeza, que acuda a meras premisas viscerales y que no permita a la sociedad dar ese salto de madurez democrática que nos permita instalar un ambiente de debate permanente que genere escenarios en los cuales siempre pueda existir una tensión democrática constructiva.
En definitiva, nos jugamos la existencia de una cultura democrática, significando ésta lo que significa, y no el mero hecho de votar cada cuatro años a Pepito o a José.

3 Comments:

Blogger Mikimoss said...

Muy interesante el eje de tu disertación: la emotividad irracional.
Yo, que tiro más hacia la gnoseología, prefiero hablar de verdades privadas versus verdades públicas. Las privadas serían aquellas basadas en evidencias privadas (emotivas pero también religiosas o estéticas) y las públicas las basadas en evidencias universalizables (las científicas y éticas).

Como dices, el conservadurismo español encarnado en el PP tiene un proyecto político que se asemeja mucho al de una de sus bestias pardas: el nacionalismo independentista. Ambos (conservadurismo y nacionalismo) apelan a certezas subjetivas tal y como el "sentimiento nacional", la "patria", "el sentido común", la "ley natural", etc. Son elementos claves del "Ancient Regime" del que mamó, por ejemplo, Sabino Arana (Dios y ley vieja).

Este subjetivismo que quizás más que irracionalista es autoritario (las certezas subjetivas pueden fundar un discurso racional pero no universalizable, ergo sólo se extiende por imposición) se solidariza muy mal con los regímenes democráticos, en los cuales se hace de la verdad política una cuestión cuantitativa, consensual o convenida: la soberanía reside en la mayoría, la cual puede decidir contradecir mi "ley natural" privada.

En seguida surgen una serie de mitos de legitimación (de clara ascendencia religiosa) que tratan de supeditar la "voluntad" popular a mi "sentido común":

El primero de ellos es el mito de "la verdad absoluta", según el cual nuestros juicios sobre "la cosa en sí" pueden llegar a ostentar la misma categoría ontológica que el noumeno. Sólo hace falta decidir cuando establecemos el dogma.

El segundo de ellos es el de "la verdad os hará libres", según el cual sólo estando en posesión de la "verdad absoluta" se puede decir legítimamente que decidimos libremente y por tanto que la voluntad popular es verdadera voluntaria, y no producto del error (quien posee la verdad no se puede equivocar), de las coacciones medioambientales o de nuestra intrínseca maldad (lo verdadero sólo puede ser bueno).

11:31 AM  
Blogger Miguel K. Stobbs Serrano said...

Coincido contigo en el uso de tales conceptos para analizar la dialéctica ideológica española, me ha parecido muy interesante el apunte.

2:31 PM  
Blogger Mendiño said...

Ciertamente muy interesante.

Cuando empecé a leer lo de "tiro más hacia la gnoseología"...me temía lo peor.

Por suerte, además de palabrejas, tienes ideas. Es un raro placer leer cosas bien hiladas (y un punto de envidia, también).

Felicidades a ambos, y gracias por aportar un punto de sensatez y diálogo sosegado a la blogosfera.

;)

2:02 AM  

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