Rajoy y la irracionalidad
Declara Mariano Rajoy que el primer punto de su programa electoral será asegurar que España es una nación de ciudadanos libres e iguales.
Rajoy ha perdido el norte, y ha abandonado la batalla ideológica entre socialdemócratas y conservadores para lanzarse a una batalla populista entre nacionalistas puros (el PP) y traidores a la patria.
España tiene mil problemas sobre los que hacer disquisiciones ideológicas y formular alternativas políticas: paro, corrupción, servicios públicos ineficientes, mercado laboral petrificado, universidades en crisis, ineficacia la gestión de recursos, violencia doméstica, crimen organizado, especulación inmobiliaria, falta de compromiso con los ciudadanos...España adolece de muchos errores estructurales que se deben arreglar, errores que este país arrastra desde tiempos inmemoriales, y que cada partido ha intentado arreglar como ha podido. Precisamente en base a esas alternativas han votado los ciudadanos cada cuatro años, eligiendo lo que en cada momento creían era mejor para solucionar los endémicos males del Estado.
No creo que haga falta que exprese cuáles son mis preferencias ideológicas, y qué partidos creo que son más válidos para transformar nuestra sociedad en su búsqueda de la convergencia con Europa.
Sin embargo, esa preferencia no me ciega a la hora de valorar si los programas que presentan los partidos de la oposición se basan en postulados fuertes, aunque ideológicamente distantes de los míos, o si, por el contrario, se basan en aire gris con el que construir una fina cortina de humo que trate de restar visión a los ciudadanos, ocultando los aciertos del adversario...a la vez que las miserias propias.
Construyendo una alternativa en torno a la idea de "España es una nación" se entra en un debate irracional, puesto que no existe oponente. Esto es como si discutieramos sobre el color blanco del caballo blanco de Santiago.
Que el PP haya echado mano de tal argumentación se puede deber a dos cosas: por un lado el PP se sitúa en el elenco de fuerzas nacionalistas que pueblan España, aunque con un ámbito territorial mayor. Así, donde unos defienden la nación catalana, vasca, gallega o canaria, el PP defendería la nación española, acudiendo a los mismos criterios de emotividad irracional que hacen que ciertos sujetos se vean emocionalmente atados a un pedazo de tierra, con unos límites impuestos por la cópula de diversos seres endogámicos con poco, o nulo, raciocinio.
Por otro lado, los conservadores muestran su alarmante falta de ideas, teniendo que recurrir a categorias irracionales, que crean un efecto efervescente en la ciudadanía, y dejan un poso de resquemor en la conciencia difícil de obviar.
Sea como fuere, el PP, con esta estrategia, se está jugando su futuro político, y, al mismo tiempo, está hipotecando el futuro de España, puesto que, no olvidemos, se trata de la fuerza destinada a rotarse en el poder con los socialistas. Digo esto porque si la derecha comienza a acudir a categorias más propias del siglo XIX que de nuestros días, no tardaremos en tener debates públicos sobre otros dislates pasados, como si deben votar las mujeres o se deben tolerar los matrimonios entre no bautizados, alimentando debates inexistentes que hagan que la sociedad esté entretenida en debatir sobre cortinas de humo, y no sobre los problemas que aquejan a nuestro país. Es decir, corremos el riesgo de que la derecha se convierta en populista, con lo que ello conlleva.
Es necesario que el PP tome una senda de modernización que lo equipare con las derechas europeas, lo contrario sería condenar el debate pluripartidista a un mero intercambio de lanzamiento de tartas entre payasos que diviertan al público.
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