18-J: 70 años de infamia
"A los intelectuales antifascistas del mundo entero"
Desde Madrid, presenciando la patológica crueldad de los fascistas, no sólo enemigos nuestros sino vuestros, queremos denunciar ante vosotros, haceros testimonio de los últimos acontecimientos, asesinatos incalificables, que lleva a cabo, consecuentemente con su ideología, el enemigo.
No se trata de lamentarnos en nombre de nuestro pueblo en armas, de nuestros heoricos milicianos, de los horrores de la guerra. Nuestros bombatientes, con los dientes apretados, resisten silenciosamente y, con su gesto, son ya una exigencia de responsabilidades históricas a todos aquellos que, estando obligados a mantener una conducta, la eluden ahora cobardemente. No, no nos quejamos de nada cuanto ocurre en los frentes de combate; entre otras razones, porque en los frentes de combate, nuestro indudable triunfo final dirá claramente que no era necesaria la queja.
Pero queremos haceros saber, par que nuestra palabra a su vez se proclame por todos los rincones del mundo, lo que lucha, la calidad humana que lucha a cada uno de los lados que hoy se enfrentan en España. Queremos haceros saber en qué se emplean las bombas incendiarias meticulosamente preparadas en los laboratorios alemanes. Y os decimos: todos los días arden manzanas enteras de casas madrileñas. Todos los días,m en las colas que forman las mujeres de las barriadas obreras para coger su pan, su carbón, su leche, etc., los expertos aviadores alemanes e italianos pueden apuntarse nuevas victorias, ya que no alcanzadas en combate con nuestros aviones heroicos, que rehuyen, a costa de las vidas de esas mujeres, de esos niños. De esas mujeres y de esos niños que son hoy los únicos habitantes de esas barriadas obreras, pobres, ya que todo slos hombres útiles se hallan en los frentes, y que parecen constituir objetivo especial de la aviación extranjera al servicio de la traición.
Os decimos el espectáculo siniestro de las noches en llamas, cruzadas por lívidas caras de ancianos y mujeres tratando puerilmente de salvar su jergón miserable, sus amarillos retratos familiares, para tener que llevarlos bajo los arcos umbríos de las bóvedas, a la humedad entumecida y harapienta de multitudes cobijadas, hacinadas terriblemente en los sótanos. Os hablamos de las caravanas coléricas de mujeres despeinadas que pueblan, en la madrugada madrileña, las calles y las plazas, trasladando sus pobres objetos queridos sin una queja, sin un llanto, sino con un murmullo de insulto a los traidores, con un rumor de maldición a los canallas.
Os hablamos del Palacio de Liria que fue del Duque de Alba, ayer cuidadosamente custodiadio por las milicias del Partido Comunista, con sus cuadros valiosos en los sótanos, y esta noche pasada en llamas. Os hablamos del resentido despecho señorito que ha debido ordenar su incendio con el mismo gesto plebeyo y chabacano del tradicional "mía o de nadie". Os hablamos de la trayectoria significativa, en línea recta, de una serie de bombas que comienza unas casas más arriba del hotel Savoy y termina, dejando un hueco casual y de seguro lamento en el Museo del Prado, en la Iglesia de los Jerónimos. Os hablamos del boquete alemán que una bomba de doscientos kilos ha dejado unos metros antes del Museo del Prado, rompiendo sus cristales.
La prensa de Burgos aún habla de provocación roja: de los incendios provocados en Madrid por los rojos para utilizarlo a su favor. No importa, nadie lo cree. Nadie que no ignore, en absoluto, intencionadamente, la serena condición de nuestros heroicos milicianos que cuidadosamente ayudan a trasladar mujeres y niños con el mismo respeto cariñoso con que salvan un cuadro o un libro importante que se los encomiende, puede creerlo. La verdad está con nosotros y no puede ser falseada. Está con nosotros y nadie puede dudar de ella porque al margen de toda propaganda, sinceramente, de corazón a corazón, como hablan los hombres en los momentos graves, os la decimos nosotros que somos poetas, escritores, artistas, y tenemos un alto sentido de nuestro oficio que se halla por encima de la propaganda, de la mentira útil, de la mentira jesuítica.
Os la decimos nosotros los poetas, escritores y artistas, antes que nada y que por serlo no estamos sino al servicio del hombre, de lo más alto y nobre del hombre, por encima de los partidos y de la propaganda interesada.
Creedla. Tenéis que creer en nuestra palabra si no habéis perdido vuestro corazón.
Pero no equivocaros. Tened muy en cuenta que esto, todo esto, no significa lamentación jeremíaca sino ernardecido y colérico anuncio de nuestro triunfo decisivo y final. Nuestras palabras no respiran otra atmósfera que la de nuestro pueblo y, cómo éste, no hacemos otra cosa que dirigirnos a la conciencia, a lo más profundo de vuestra conciencia, hombres honrados del mundo, para que vuestra airada protesta palpite entre vuestro corazón con la misma fuerza que el nuestro.
José Bergamín, Manuel Altolaguirre, Luis Cernuda, Miguel Prieto, Antonio Rodríguez Luna, Alberto Sánchez, Manuel Sánchez Arcas, Eugenio Imaz, Vicente Aleixandre, Miguel Hernández, Rodolfo Halfter, Bacarisse, Gabriel García Maroto, Vicente Salas Viu, Rafael Dieste, Arturo Souto, Antonio Aparicio, León Felipe, María Teresa León, Rafael Alberti, Felipe Camarero, Emilio Prados, Arturo Serrano Plaja, Antonio Machado, Ramón Menéndez Pidal, Pío del Río Hortega, Adolfo Salazar.
Alianza de Intelectuales Antifascistas
El Sol. Madrid, 19 de noviembre de 1936.
17 Comments:
Sinceramente, no sé qué clase de TBOs lees, pero ante tu demagogia llena de infamia, ignorancia, cinismo, y desfachatez, me veo obligado a contestarte. Por tu escrito, puedo ver que eres el típico rojete resentido, que pretende ir de culto, y, que no tiene ni maldita idea de nada. No pretendo darte lecciones de historia, no porque no pueda (cosa bastante fácil), sino, porque, simplemente, no me apetece perder mucho tiempo con un petulante que dice semejantes tonterías. Lo malo es que puede haber gente ante la que parezcas controlar del tema, pero tus argumentos, llenos de, literalmente, chorradas utópicas stalinistas, no resisten ni el más mínimo análisis histórico. Los nobles milicianos? si, si ese término se le puede aplicar a los quemaiglesias y universidades, y a los violamonjas, o a los asesinos de políticos de derechas, por ejemplo= libertad y democracia. Pero qué clase de educación tienes? porque si crees que la guerra surgió porque llegaron 4 malotes que querían el poder, permíteme que me carcajee en tus narices. Si tanto te gustan la libertad roja, los milicianos y las brigadas internacionales, vete a vivir a Cuba, y mama libertad, ya verás qué bien te lo pasas alli. A lo mejor no te suenan las checas, o Paracuellos...pero ya te digo, no seré yo el que se rebaje a enseñarte. No sé cómo te atereves a defender regímenes y sistemas de izquierdas, fracasados hasta la saciedad a lo largo de la historia... porque si desconoces hacia dónde caminaba la II república española, es que tu ignorancia raya la estupidez.
De verdad, qué cinismo encierran tus palabras!!! la derecha, por lo visto, tiene que aguantar todo tipo de barbaridades y vejaciones, para que los rojetes estén contentos...cuánta doble moral.
Por tu nombre, puedo ver que no eres de por aquí...pues bien, dedícate a aprender la historia de tu país, si es que lo tienes, y deja de decir tonterías sobre los países ajenos. No necesitamos que vengan extranjeros como tú a tocarnos las narices.
Vas de culto, y das pena... Ah, por cierto, ya que citas autores, te recomiendo a Ortega y Gasset, Unamuno, o a Maeztu (ah, no, perdón, éste murió dando un paseo por el campo)
Joe, vaya rojeras que tenemos aquí...al anterior le recomiendo que en lugar de entrar en este blog de mierda, se compre un Mortadelo: lees las mismas payasadas, pero te lo pasas bien. Y al que escribe el blog, simplemente, no tengo palabras...qué sarta de imbecilidades dices: no sé si reírme de ti a la cara o llorar. Con gente como tu, así va España. No me digas a quién votas, lo adivino: dices las mismas cagadas que él, y con el mismo aire de superioridad y arrogancia. Mi consejo? aprende un poco de historia, y, por favor, deja ese modo de escribir que tienes de sabelotodo, que no tienes ni PUTA IDEA.
Te guste o no, jódete, os pulimos en la guerra, y eso no lo vas a cambiar ni con todo tu rencor ni con este blog. Franco fue la base de la modernidad de este país, y, con él, creció como nunca, te guste o no. Todos le tenemos que estar agradecidos. Hablas de fascismo...sabes lo que es eso? en España nunca habo fascismo, así que habla con propiedad, por favor.
No me había fijado en tu nombre, pero acabo de leer el anterior comentario, y... mejor estabas hablando de Churchill, o de Patton, en vez de tocar los huevos. Pregúntale a mi abuelo quiénes eran los milicianos: él, por desgracia, de niño, los sufrió en sus carnes, viendo cómo mataban a su padre, violaban a su madre y a su hermana, y cagaban en su cocina, a diferencia de ti, que no tienes ni noticia. Era pa darte de palos.
No hay nada peor para un país que aquel que carece de memoria, con una excepción: el que se empeña en no tenerla. Este manifiesto propagandista del gobierno estalinista que tuvo que “padecer” la República, además de rozar lo más miserable del ser humano, es el mejor ejemplo de porque hubo una Guerra Civil en este país. Porque sencillamente unos señores pensaron que la República era suya, que la democracia era suya, que la libertad era suya, y que todos los que no eran “suyos” eran unos facciosos y solo merecían la muerte.
Son muchas las atrocidades de una guerra, pero hoy, 70 años después, no se puede venir reabriendo heridas como hace ZP, y como tu también pareces querer hacer al colgarnos este fragmento del pasado, de un pasado que pretendía pervertir a un pueblo que luchaba por sobrevivir en una contienda donde unos militares se sublevaron contra una panda de asesinos y delincuentes que habían echado a un Rey para “reinar” ellos en un mundo infernal de “libertad”, es decir, de “su libertad”.
Llamar Golpe de Estado al Alzamiento del 18 J es sobrevalorado, porque no quedaba mucho “Estado” en pie que “Golpear” aquel día, donde unos militares decidieron que ya estaba bien de (y perdonen la expresión escatológica) “cagarse” en el país.
No hay peor infamia que la que nace viciada de origen. Ahora, ex combatientes del mal llamado bando republicano (mal llamado porque “republicano” es un adjetivo que denota “democracia”, y esos individuos milicianos de demócratas tenían muy poco) nos hablan de “sus muertos”, de “sus fosas” y de sus “represivos” en esa “atroz dictadura”, pero aquellos que tenemos familiares muertos en plena vigencia de esa II República, de ese “Estado de Derecho”, no tenemos ni el privilegio de buscar a nuestros muertos, porque no existen. Y te hablo de muertos caídos en “democracia”. Que es más miserable? El que muere bajo el yugo de una guerra o de una dictadura, o el que muere bajo el yugo de una democracia?
Según una encuesta de el periódico El Mundo (que tu repudiaras, seguidor del Grupo Prisa como seguro eres), el 30% de los españoles ve el Alzamiento justificado. Es decir, el 30% se atrevió a afirmarlo ante una llamada de teléfono.
Podrá gustarte el régimen de Franco o no, pero el Alzamiento era inevitable (como ya anuncio en su día Gasset), y es más, llego tarde. En España no se podía vivir. Jamás una democracia estuvo tan llena de terror, de fuego, del fuego de las iglesias, conventos, del fuego de las bibliotecas, los museos, las universidades…
Del fuego de Casas Viejas… Del fuego de una República que agonizaba llevándose por delante a los españoles. Y claro, los españoles se hartaron, se hartaron un 18 de Julio de 1936…
"Desde que sobrevino el nuevo régimen no he escrito una sola palabra que no fuese para decir directa o indirectamente esto: ¡No falsifiquéis la República! ¡guardad su originalidad! ¡No olvidéis ni un instante cómo y por qué advino! En suma: autenticidad, autenticidad...
Con esta predicación no proponía yo a los republicanos ninguna virtud superflua y de ornamento. Es decir, que no se trata de dos Repúblicas igualmente posibles -una, la auténtica española, otra, imaginaria y falsificada- entre las cuales cupiese elegir. No: la República en España, o es la que triunfó, la auténtica, o no será. Así, sin duda ni remisión.
¿Cuál es la República auténtica y cuál la falsificada? ¿La de «derecha», la de «izquierda»? Siempre he protestado contra la vaguedad esterilizadora de estas palabras, que no responden al estilo vital del presente -ni en España ni fuera de España. (....) No es cuestión de «derecha» ni de «izquierda» la autenticidad de nuestra República, porque no es cuestión de contenido en los programas. El tiempo presente, y muy especialmente en España, tolera el programa más avanzado. Todo depende del modo y del tono. Lo que España no tolera ni ha tolerado nunca es el «radicalismo» -es decir, el modo tajante de imponer un programa-. Por muchas razones, pero entre ellas una que las resume todas. El radicalismo sólo es posible cuando hay un absoluto vencedor y un absoluto vencido. Sólo entonces puede aquél proceder perentoriamente y sin miramiento a operar sobre el cuerpo de éste. Pero es el caso que España -compárese su historia con cualquier otra- no acepta que haya ni absoluto vencedor ni absoluto vencido.
(... ) Pero en esta hora de nuestro destino acontece, además, que ni siquiera ha habido vencedores ni vencidos en sentido propio, por la sencilla razón de que no ha habido lucha, sino sólo conato de ella. Y es grotesco el aire triunfal de algunas gentes cuando pretenden fundar la ejecutividad de sus propósitos en la revolución. Mientras no se destierre de discursos y artículos esa «revolución» de que tanto se reclaman y que, como los impuestos en Roma, ha comenzado por no existir, la República, no habrá recobrado su tono limpio, su son de buena ley. Nada más ridículo que querer cobrar cómodamente una revolución que no nos ha hecho padecer ni nos ha costado duros y largos esfuerzos. Son muy pocos los que, de verdad, han sufrido por ella, y la escasez de su número subraya la inasistencia de los demás. Una cosa es respetar y venerar la noble energía con que algunos prepararon una revolución y otra suponer que ésta se ha ejecutado. Llamar revolución al cambio de régimen acontecido en España es la tergiversación más grave y desorientadora que puede cometerse. Lo digo así, taxativamente, porque es ya excesiva la tardanza de muchas gentes en reconocer su error, y no es cosa de que sigan confundidos lo ciegos con los que ven claro. Se hace urgentísima una división de actitudes para que cada cual lleve sobre sus hombros la responsabilidad que le corresponde y no se le cargue la ajena.
Las Cortes constituyentes deben ir sin vacilación a una reforma, pero sin radicalismo -esto es, sin violencia y arbitrariedad partidista-. En un Estado sólidamente constituido pueden, sin riesgo último, comportarse los grupos con cierta dosis de espíritu propagandista; pero en una hora constituyente eso sería mortal. Significaría prisa por aprovechar el resquicio de una situación inestable, y el pueblo español acaba por escupir de sí a todo el que «se aprovecha». Lo que ha desprestigiado más a la Monarquía fue que se «aprovechase» de los resortes del Poder público puestos en su mano. Una jornada magnífica como ésta, en que puede colocarse holgadamente y sin dejar la deuda de graves heridas y hondas acritudes, al pueblo español frente a su destino claro y abierto, puede ser anulada por la torpeza del propagandismo.
Yo confío en que los partidos (...) no pretenderán hacer triunfar a quemarropa, sin lentas y sólidas propagandas en el país, lo peculiar de sus programas. La falsa victoria que hoy, por un azar parlamentario, pudieran conseguir caería sobre la propia cabeza. La historia no se deja fácilmente sorprender. A veces lo finge, pero es para tragarse más absolutamente a los estupradores.
Una cantidad inmensa de españoles que colaboraron con el advenimiento de la República con su acción, con su voto o con lo que es más eficaz que todo esto, con su esperanza, se dicen ahora entre desasosegados y descontentos: «¡No es esto, no es esto!»
La República es una cosa. El «radicalismo» es otra. Si no, al tiempo.
Desde que sobrevino el nuevo régimen no he escrito una sola palabra que no fuese para decir directa o indirectamente esto: ¡No falsifiquéis la República! ¡guardad su originalidad! ¡No olvidéis ni un instante cómo y por qué advino! En suma: autenticidad, autenticidad...
Con esta predicación no proponía yo a los republicanos ninguna virtud superflua y de ornamento. Es decir, que no se trata de dos Repúblicas igualmente posibles -una, la auténtica española, otra, imaginaria y falsificada- entre las cuales cupiese elegir. No: la República en España, o es la que triunfó, la auténtica, o no será. Así, sin duda ni remisión.
¿Cuál es la República auténtica y cuál la falsificada? ¿La de «derecha», la de «izquierda»? Siempre he protestado contra la vaguedad esterilizadora de estas palabras, que no responden al estilo vital del presente -ni en España ni fuera de España. (....) No es cuestión de «derecha» ni de «izquierda» la autenticidad de nuestra República, porque no es cuestión de contenido en los programas. El tiempo presente, y muy especialmente en España, tolera el programa más avanzado. Todo depende del modo y del tono. Lo que España no tolera ni ha tolerado nunca es el «radicalismo» -es decir, el modo tajante de imponer un programa-. Por muchas razones, pero entre ellas una que las resume todas. El radicalismo sólo es posible cuando hay un absoluto vencedor y un absoluto vencido. Sólo entonces puede aquél proceder perentoriamente y sin miramiento a operar sobre el cuerpo de éste. Pero es el caso que España -compárese su historia con cualquier otra- no acepta que haya ni absoluto vencedor ni absoluto vencido.
(... ) Pero en esta hora de nuestro destino acontece, además, que ni siquiera ha habido vencedores ni vencidos en sentido propio, por la sencilla razón de que no ha habido lucha, sino sólo conato de ella. Y es grotesco el aire triunfal de algunas gentes cuando pretenden fundar la ejecutividad de sus propósitos en la revolución. Mientras no se destierre de discursos y artículos esa «revolución» de que tanto se reclaman y que, como los impuestos en Roma, ha comenzado por no existir, la República, no habrá recobrado su tono limpio, su son de buena ley. Nada más ridículo que querer cobrar cómodamente una revolución que no nos ha hecho padecer ni nos ha costado duros y largos esfuerzos. Son muy pocos los que, de verdad, han sufrido por ella, y la escasez de su número subraya la inasistencia de los demás. Una cosa es respetar y venerar la noble energía con que algunos prepararon una revolución y otra suponer que ésta se ha ejecutado. Llamar revolución al cambio de régimen acontecido en España es la tergiversación más grave y desorientadora que puede cometerse. Lo digo así, taxativamente, porque es ya excesiva la tardanza de muchas gentes en reconocer su error, y no es cosa de que sigan confundidos lo ciegos con los que ven claro. Se hace urgentísima una división de actitudes para que cada cual lleve sobre sus hombros la responsabilidad que le corresponde y no se le cargue la ajena.
Las Cortes constituyentes deben ir sin vacilación a una reforma, pero sin radicalismo -esto es, sin violencia y arbitrariedad partidista-. En un Estado sólidamente constituido pueden, sin riesgo último, comportarse los grupos con cierta dosis de espíritu propagandista; pero en una hora constituyente eso sería mortal. Significaría prisa por aprovechar el resquicio de una situación inestable, y el pueblo español acaba por escupir de sí a todo el que «se aprovecha». Lo que ha desprestigiado más a la Monarquía fue que se «aprovechase» de los resortes del Poder público puestos en su mano. Una jornada magnífica como ésta, en que puede colocarse holgadamente y sin dejar la deuda de graves heridas y hondas acritudes, al pueblo español frente a su destino claro y abierto, puede ser anulada por la torpeza del propagandismo.
Yo confío en que los partidos (...) no pretenderán hacer triunfar a quemarropa, sin lentas y sólidas propagandas en el país, lo peculiar de sus programas. La falsa victoria que hoy, por un azar parlamentario, pudieran conseguir caería sobre la propia cabeza. La historia no se deja fácilmente sorprender. A veces lo finge, pero es para tragarse más absolutamente a los estupradores.
Una cantidad inmensa de españoles que colaboraron con el advenimiento de la República con su acción, con su voto o con lo que es más eficaz que todo esto, con su esperanza, se dicen ahora entre desasosegados y descontentos: «¡No es esto, no es esto!»
La República es una cosa. El «radicalismo» es otra. Si no, al tiempo.
Desde que sobrevino el nuevo régimen no he escrito una sola palabra que no fuese para decir directa o indirectamente esto: ¡No falsifiquéis la República! ¡guardad su originalidad! ¡No olvidéis ni un instante cómo y por qué advino! En suma: autenticidad, autenticidad...
Con esta predicación no proponía yo a los republicanos ninguna virtud superflua y de ornamento. Es decir, que no se trata de dos Repúblicas igualmente posibles -una, la auténtica española, otra, imaginaria y falsificada- entre las cuales cupiese elegir. No: la República en España, o es la que triunfó, la auténtica, o no será. Así, sin duda ni remisión.
¿Cuál es la República auténtica y cuál la falsificada? ¿La de «derecha», la de «izquierda»? Siempre he protestado contra la vaguedad esterilizadora de estas palabras, que no responden al estilo vital del presente -ni en España ni fuera de España. (....) No es cuestión de «derecha» ni de «izquierda» la autenticidad de nuestra República, porque no es cuestión de contenido en los programas. El tiempo presente, y muy especialmente en España, tolera el programa más avanzado. Todo depende del modo y del tono. Lo que España no tolera ni ha tolerado nunca es el «radicalismo» -es decir, el modo tajante de imponer un programa-. Por muchas razones, pero entre ellas una que las resume todas. El radicalismo sólo es posible cuando hay un absoluto vencedor y un absoluto vencido. Sólo entonces puede aquél proceder perentoriamente y sin miramiento a operar sobre el cuerpo de éste. Pero es el caso que España -compárese su historia con cualquier otra- no acepta que haya ni absoluto vencedor ni absoluto vencido.
(... ) Pero en esta hora de nuestro destino acontece, además, que ni siquiera ha habido vencedores ni vencidos en sentido propio, por la sencilla razón de que no ha habido lucha, sino sólo conato de ella. Y es grotesco el aire triunfal de algunas gentes cuando pretenden fundar la ejecutividad de sus propósitos en la revolución. Mientras no se destierre de discursos y artículos esa «revolución» de que tanto se reclaman y que, como los impuestos en Roma, ha comenzado por no existir, la República, no habrá recobrado su tono limpio, su son de buena ley. Nada más ridículo que querer cobrar cómodamente una revolución que no nos ha hecho padecer ni nos ha costado duros y largos esfuerzos. Son muy pocos los que, de verdad, han sufrido por ella, y la escasez de su número subraya la inasistencia de los demás. Una cosa es respetar y venerar la noble energía con que algunos prepararon una revolución y otra suponer que ésta se ha ejecutado. Llamar revolución al cambio de régimen acontecido en España es la tergiversación más grave y desorientadora que puede cometerse. Lo digo así, taxativamente, porque es ya excesiva la tardanza de muchas gentes en reconocer su error, y no es cosa de que sigan confundidos lo ciegos con los que ven claro. Se hace urgentísima una división de actitudes para que cada cual lleve sobre sus hombros la responsabilidad que le corresponde y no se le cargue la ajena.
Las Cortes constituyentes deben ir sin vacilación a una reforma, pero sin radicalismo -esto es, sin violencia y arbitrariedad partidista-. En un Estado sólidamente constituido pueden, sin riesgo último, comportarse los grupos con cierta dosis de espíritu propagandista; pero en una hora constituyente eso sería mortal. Significaría prisa por aprovechar el resquicio de una situación inestable, y el pueblo español acaba por escupir de sí a todo el que «se aprovecha». Lo que ha desprestigiado más a la Monarquía fue que se «aprovechase» de los resortes del Poder público puestos en su mano. Una jornada magnífica como ésta, en que puede colocarse holgadamente y sin dejar la deuda de graves heridas y hondas acritudes, al pueblo español frente a su destino claro y abierto, puede ser anulada por la torpeza del propagandismo.
Yo confío en que los partidos (...) no pretenderán hacer triunfar a quemarropa, sin lentas y sólidas propagandas en el país, lo peculiar de sus programas. La falsa victoria que hoy, por un azar parlamentario, pudieran conseguir caería sobre la propia cabeza. La historia no se deja fácilmente sorprender. A veces lo finge, pero es para tragarse más absolutamente a los estupradores.
Una cantidad inmensa de españoles que colaboraron con el advenimiento de la República con su acción, con su voto o con lo que es más eficaz que todo esto, con su esperanza, se dicen ahora entre desasosegados y descontentos: «¡No es esto, no es esto!»
La República es una cosa. El «radicalismo» es otra. Si no, al tiempo.
Desde que sobrevino el nuevo régimen no he escrito una sola palabra que no fuese para decir directa o indirectamente esto: ¡No falsifiquéis la República! ¡guardad su originalidad! ¡No olvidéis ni un instante cómo y por qué advino! En suma: autenticidad, autenticidad...
Con esta predicación no proponía yo a los republicanos ninguna virtud superflua y de ornamento. Es decir, que no se trata de dos Repúblicas igualmente posibles -una, la auténtica española, otra, imaginaria y falsificada- entre las cuales cupiese elegir. No: la República en España, o es la que triunfó, la auténtica, o no será. Así, sin duda ni remisión.
¿Cuál es la República auténtica y cuál la falsificada? ¿La de «derecha», la de «izquierda»? Siempre he protestado contra la vaguedad esterilizadora de estas palabras, que no responden al estilo vital del presente -ni en España ni fuera de España. (....) No es cuestión de «derecha» ni de «izquierda» la autenticidad de nuestra República, porque no es cuestión de contenido en los programas. El tiempo presente, y muy especialmente en España, tolera el programa más avanzado. Todo depende del modo y del tono. Lo que España no tolera ni ha tolerado nunca es el «radicalismo» -es decir, el modo tajante de imponer un programa-. Por muchas razones, pero entre ellas una que las resume todas. El radicalismo sólo es posible cuando hay un absoluto vencedor y un absoluto vencido. Sólo entonces puede aquél proceder perentoriamente y sin miramiento a operar sobre el cuerpo de éste. Pero es el caso que España -compárese su historia con cualquier otra- no acepta que haya ni absoluto vencedor ni absoluto vencido.
(... ) Pero en esta hora de nuestro destino acontece, además, que ni siquiera ha habido vencedores ni vencidos en sentido propio, por la sencilla razón de que no ha habido lucha, sino sólo conato de ella. Y es grotesco el aire triunfal de algunas gentes cuando pretenden fundar la ejecutividad de sus propósitos en la revolución. Mientras no se destierre de discursos y artículos esa «revolución» de que tanto se reclaman y que, como los impuestos en Roma, ha comenzado por no existir, la República, no habrá recobrado su tono limpio, su son de buena ley. Nada más ridículo que querer cobrar cómodamente una revolución que no nos ha hecho padecer ni nos ha costado duros y largos esfuerzos. Son muy pocos los que, de verdad, han sufrido por ella, y la escasez de su número subraya la inasistencia de los demás. Una cosa es respetar y venerar la noble energía con que algunos prepararon una revolución y otra suponer que ésta se ha ejecutado. Llamar revolución al cambio de régimen acontecido en España es la tergiversación más grave y desorientadora que puede cometerse. Lo digo así, taxativamente, porque es ya excesiva la tardanza de muchas gentes en reconocer su error, y no es cosa de que sigan confundidos lo ciegos con los que ven claro. Se hace urgentísima una división de actitudes para que cada cual lleve sobre sus hombros la responsabilidad que le corresponde y no se le cargue la ajena.
Las Cortes constituyentes deben ir sin vacilación a una reforma, pero sin radicalismo -esto es, sin violencia y arbitrariedad partidista-. En un Estado sólidamente constituido pueden, sin riesgo último, comportarse los grupos con cierta dosis de espíritu propagandista; pero en una hora constituyente eso sería mortal. Significaría prisa por aprovechar el resquicio de una situación inestable, y el pueblo español acaba por escupir de sí a todo el que «se aprovecha». Lo que ha desprestigiado más a la Monarquía fue que se «aprovechase» de los resortes del Poder público puestos en su mano. Una jornada magnífica como ésta, en que puede colocarse holgadamente y sin dejar la deuda de graves heridas y hondas acritudes, al pueblo español frente a su destino claro y abierto, puede ser anulada por la torpeza del propagandismo.
Yo confío en que los partidos (...) no pretenderán hacer triunfar a quemarropa, sin lentas y sólidas propagandas en el país, lo peculiar de sus programas. La falsa victoria que hoy, por un azar parlamentario, pudieran conseguir caería sobre la propia cabeza. La historia no se deja fácilmente sorprender. A veces lo finge, pero es para tragarse más absolutamente a los estupradores.
Una cantidad inmensa de españoles que colaboraron con el advenimiento de la República con su acción, con su voto o con lo que es más eficaz que todo esto, con su esperanza, se dicen ahora entre desasosegados y descontentos: «¡No es esto, no es esto!»
La República es una cosa. El «radicalismo» es otra. Si no, al tiempo.
Desde que sobrevino el nuevo régimen no he escrito una sola palabra que no fuese para decir directa o indirectamente esto: ¡No falsifiquéis la República! ¡guardad su originalidad! ¡No olvidéis ni un instante cómo y por qué advino! En suma: autenticidad, autenticidad...
Con esta predicación no proponía yo a los republicanos ninguna virtud superflua y de ornamento. Es decir, que no se trata de dos Repúblicas igualmente posibles -una, la auténtica española, otra, imaginaria y falsificada- entre las cuales cupiese elegir. No: la República en España, o es la que triunfó, la auténtica, o no será. Así, sin duda ni remisión.
¿Cuál es la República auténtica y cuál la falsificada? ¿La de «derecha», la de «izquierda»? Siempre he protestado contra la vaguedad esterilizadora de estas palabras, que no responden al estilo vital del presente -ni en España ni fuera de España. (....) No es cuestión de «derecha» ni de «izquierda» la autenticidad de nuestra República, porque no es cuestión de contenido en los programas. El tiempo presente, y muy especialmente en España, tolera el programa más avanzado. Todo depende del modo y del tono. Lo que España no tolera ni ha tolerado nunca es el «radicalismo» -es decir, el modo tajante de imponer un programa-. Por muchas razones, pero entre ellas una que las resume todas. El radicalismo sólo es posible cuando hay un absoluto vencedor y un absoluto vencido. Sólo entonces puede aquél proceder perentoriamente y sin miramiento a operar sobre el cuerpo de éste. Pero es el caso que España -compárese su historia con cualquier otra- no acepta que haya ni absoluto vencedor ni absoluto vencido.
(... ) Pero en esta hora de nuestro destino acontece, además, que ni siquiera ha habido vencedores ni vencidos en sentido propio, por la sencilla razón de que no ha habido lucha, sino sólo conato de ella. Y es grotesco el aire triunfal de algunas gentes cuando pretenden fundar la ejecutividad de sus propósitos en la revolución. Mientras no se destierre de discursos y artículos esa «revolución» de que tanto se reclaman y que, como los impuestos en Roma, ha comenzado por no existir, la República, no habrá recobrado su tono limpio, su son de buena ley. Nada más ridículo que querer cobrar cómodamente una revolución que no nos ha hecho padecer ni nos ha costado duros y largos esfuerzos. Son muy pocos los que, de verdad, han sufrido por ella, y la escasez de su número subraya la inasistencia de los demás. Una cosa es respetar y venerar la noble energía con que algunos prepararon una revolución y otra suponer que ésta se ha ejecutado. Llamar revolución al cambio de régimen acontecido en España es la tergiversación más grave y desorientadora que puede cometerse. Lo digo así, taxativamente, porque es ya excesiva la tardanza de muchas gentes en reconocer su error, y no es cosa de que sigan confundidos lo ciegos con los que ven claro. Se hace urgentísima una división de actitudes para que cada cual lleve sobre sus hombros la responsabilidad que le corresponde y no se le cargue la ajena.
Las Cortes constituyentes deben ir sin vacilación a una reforma, pero sin radicalismo -esto es, sin violencia y arbitrariedad partidista-. En un Estado sólidamente constituido pueden, sin riesgo último, comportarse los grupos con cierta dosis de espíritu propagandista; pero en una hora constituyente eso sería mortal. Significaría prisa por aprovechar el resquicio de una situación inestable, y el pueblo español acaba por escupir de sí a todo el que «se aprovecha». Lo que ha desprestigiado más a la Monarquía fue que se «aprovechase» de los resortes del Poder público puestos en su mano. Una jornada magnífica como ésta, en que puede colocarse holgadamente y sin dejar la deuda de graves heridas y hondas acritudes, al pueblo español frente a su destino claro y abierto, puede ser anulada por la torpeza del propagandismo.
Yo confío en que los partidos (...) no pretenderán hacer triunfar a quemarropa, sin lentas y sólidas propagandas en el país, lo peculiar de sus programas. La falsa victoria que hoy, por un azar parlamentario, pudieran conseguir caería sobre la propia cabeza. La historia no se deja fácilmente sorprender. A veces lo finge, pero es para tragarse más absolutamente a los estupradores.
Una cantidad inmensa de españoles que colaboraron con el advenimiento de la República con su acción, con su voto o con lo que es más eficaz que todo esto, con su esperanza, se dicen ahora entre desasosegados y descontentos: «¡No es esto, no es esto!»
La República es una cosa. El «radicalismo» es otra. Si no, al tiempo.
Desde que sobrevino el nuevo régimen no he escrito una sola palabra que no fuese para decir directa o indirectamente esto: ¡No falsifiquéis la República! ¡guardad su originalidad! ¡No olvidéis ni un instante cómo y por qué advino! En suma: autenticidad, autenticidad...
Con esta predicación no proponía yo a los republicanos ninguna virtud superflua y de ornamento. Es decir, que no se trata de dos Repúblicas igualmente posibles -una, la auténtica española, otra, imaginaria y falsificada- entre las cuales cupiese elegir. No: la República en España, o es la que triunfó, la auténtica, o no será. Así, sin duda ni remisión.
¿Cuál es la República auténtica y cuál la falsificada? ¿La de «derecha», la de «izquierda»? Siempre he protestado contra la vaguedad esterilizadora de estas palabras, que no responden al estilo vital del presente -ni en España ni fuera de España. (....) No es cuestión de «derecha» ni de «izquierda» la autenticidad de nuestra República, porque no es cuestión de contenido en los programas. El tiempo presente, y muy especialmente en España, tolera el programa más avanzado. Todo depende del modo y del tono. Lo que España no tolera ni ha tolerado nunca es el «radicalismo» -es decir, el modo tajante de imponer un programa-. Por muchas razones, pero entre ellas una que las resume todas. El radicalismo sólo es posible cuando hay un absoluto vencedor y un absoluto vencido. Sólo entonces puede aquél proceder perentoriamente y sin miramiento a operar sobre el cuerpo de éste. Pero es el caso que España -compárese su historia con cualquier otra- no acepta que haya ni absoluto vencedor ni absoluto vencido.
(... ) Pero en esta hora de nuestro destino acontece, además, que ni siquiera ha habido vencedores ni vencidos en sentido propio, por la sencilla razón de que no ha habido lucha, sino sólo conato de ella. Y es grotesco el aire triunfal de algunas gentes cuando pretenden fundar la ejecutividad de sus propósitos en la revolución. Mientras no se destierre de discursos y artículos esa «revolución» de que tanto se reclaman y que, como los impuestos en Roma, ha comenzado por no existir, la República, no habrá recobrado su tono limpio, su son de buena ley. Nada más ridículo que querer cobrar cómodamente una revolución que no nos ha hecho padecer ni nos ha costado duros y largos esfuerzos. Son muy pocos los que, de verdad, han sufrido por ella, y la escasez de su número subraya la inasistencia de los demás. Una cosa es respetar y venerar la noble energía con que algunos prepararon una revolución y otra suponer que ésta se ha ejecutado. Llamar revolución al cambio de régimen acontecido en España es la tergiversación más grave y desorientadora que puede cometerse. Lo digo así, taxativamente, porque es ya excesiva la tardanza de muchas gentes en reconocer su error, y no es cosa de que sigan confundidos lo ciegos con los que ven claro. Se hace urgentísima una división de actitudes para que cada cual lleve sobre sus hombros la responsabilidad que le corresponde y no se le cargue la ajena.
Las Cortes constituyentes deben ir sin vacilación a una reforma, pero sin radicalismo -esto es, sin violencia y arbitrariedad partidista-. En un Estado sólidamente constituido pueden, sin riesgo último, comportarse los grupos con cierta dosis de espíritu propagandista; pero en una hora constituyente eso sería mortal. Significaría prisa por aprovechar el resquicio de una situación inestable, y el pueblo español acaba por escupir de sí a todo el que «se aprovecha». Lo que ha desprestigiado más a la Monarquía fue que se «aprovechase» de los resortes del Poder público puestos en su mano. Una jornada magnífica como ésta, en que puede colocarse holgadamente y sin dejar la deuda de graves heridas y hondas acritudes, al pueblo español frente a su destino claro y abierto, puede ser anulada por la torpeza del propagandismo.
Yo confío en que los partidos (...) no pretenderán hacer triunfar a quemarropa, sin lentas y sólidas propagandas en el país, lo peculiar de sus programas. La falsa victoria que hoy, por un azar parlamentario, pudieran conseguir caería sobre la propia cabeza. La historia no se deja fácilmente sorprender. A veces lo finge, pero es para tragarse más absolutamente a los estupradores.
Una cantidad inmensa de españoles que colaboraron con el advenimiento de la República con su acción, con su voto o con lo que es más eficaz que todo esto, con su esperanza, se dicen ahora entre desasosegados y descontentos: «¡No es esto, no es esto!»
La República es una cosa. El «radicalismo» es otra. Si no, al tiempo."
José Ortega y Gasset
«Crisol», 9 de septiembre de 1931.
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Yo tambien se citar, y alguien infinitamente más culto que el imbecil que ha escrito estas babayadas. Gasset no vio bombas alemanas ni aviones italianos. Vio a una panda de asesinos disfrazados de milicianos cargandose un pais con la bandera de la República. Y claro, lo aviso... lo aviso bien pronto, en el 31...
Dios, que blog más cómico!!! Los anteriores comentarios, por favor, no os enfadéis con este pobre hombre...no véis que está de coña? Nadie en su sano juicio puede decir esas cosas en serio, jajaja. Los milicianos... la verdad es que como humorista no tienes precio, tio. No has pensado en ir al club de la Comedia? porque triunfas fijo, con tus monólogos: va un miliciano, ...y salva a una niña...jaaaajaajaaaa...si, después de violarla, si la vio salir de misa, no?
Tio, ahora en serio: tienes un problema muy gordo...
Y esa tirria a la Iglesia? tu sabes la labor social que hacen, desinteresadamente? y que los grandes avances científicos han tenido lugar en su seno? si no lo quieres ver, es que eres un inmoral sin escrúpulos, que atacas por sistema a todo lo que te han dicho desde pequeño que ataques, un autómata que no hace más que repetir unas ideas en las que te han adoctrinado, sin tener ninguna conciencia de la realidad, de la moral, y de la rectitud.
Al contrario que los anteriores, a mi, me das pena...cómo puede haber gente, en el siglo XXI, que piense como tu? Gente tan engañada...
Joer, este blog es la caña, y los tios de antes unos cachondos, sobretodo este ultimo, aun me estoy riendo del chiste del miliciano! jajajajajajaja
Se me viene a la cabeza la imagen de las tropas nacionales entrando en Madrid, pisando el cartelón famoso de "No Pasaran", y la gente aclamandolos y dando gracias a Dios.
Cuando se liberó Madrid, aun estaban fusilando gente en las Chekas, y los ministerios se estaban usando para dar paseillos.
Me quedo con esa imagen... el paso de los soldados encima de esas palabras, de ese "No Pasaran".
A Dios gracias que pasaron, porque sino ahora España sería como Albania.
En serio tio, no te drogues, no te jodas la salud asi... mira que babayadas sueltas cuando te metes toda esa mierda... cuidate, vale?
Mira, tio, estoy harto de rojos como tu, que sólo saben tocar los cojones con sus gilipolleces. Sois lo peor que ha dado la humanidad, lo más bajo que existe: vais investidos de una "moral suprema", despreciando a todo lo que se sale de vuestro "pensamiento" retorcido y maleado. El cinismo es vuestra bandera, ya que, cualquiera de vosotros, no aguantaría ni 1 día en un régimen comunista, acomodados a vivir con todas las comodidades que os ha proporcionado la vida moderna de este país, en cuya base está el Caudillo. Es de bien nacidos, ser agradecidos, y, vosotros, sarta de hienas carroñeras, le debéis todo lo que tenéis a Franco, que bastante bien se portó con vosotros permitiendo que viviérais: hasta ahí llegó su magnanimidad, cosa que no hubiera pasado en caso de una victoria roja (no hay más que ver las purgas de vuestro adorado Stalin). Si no se hubiera levantado contra el desgobierno y la barbarie de la II República, ahora vivirías en un chamizo de mierda, si ninguna de las comodidades de las que ahora gozas, sin duda. Franco nos salvó del comunismo y del nazismo, y si no ves eso, es que, simplemente, estás ciego. Eres el claro ejemplo de lo que es hoy la sociedad española: un rebaño de carneros.
Oye, me he fijado en lo que dicen algunos de los que han escrito antes, que no tienes precisamente apellido de Colloto. Tu apellido parece anglosajón, britanico o americano. Es curioso que en esos paises no tenga arraigo el comunismo, que casi no exista...
Es porque alli todavia tienen las neuronas suficientes como para no ser un rebaño de burros pollinos (con todo el respeto para ellos, mucho más inteligentes que los votantes de ZP).
Por todo ello, deduzco que estas por España porque te echaron de tu pais al carecer del número minimo de las neuronas exigidas. No me extraña, un britanico o americano que se crea lo que has puesto no tiene el más minimo futuro, te quitarian el pasaporte zetapetista, moralista, chavista, castrista, y en resumen, tonto del culo.
Sin más.
PD: me juego el cuello a que eres afiliado del PSOE. Sino eso no te lo crees.
Un poco de caridad cristiana, por favor...una de las obras de misericordia es "enseñar al que no sabe", y este pobre chico no tiene la culpa de no tener ni idea. Es claramente un enfermo.
Hay centros en los que podrían ayudarte: ZP y LLamazares también están intentando salir, aunque hablamos de casos extremos, su caso sólo puede ser tratado en Washington.
Tu enfermedad es más común de lo que crees: se llama franquitis, el primer paso es que reconozcas que tienes un problema, el seguno es que acudas a un centro de rehabilitación histórica, y, allí, tras unos meses de medicación y enseñanza de hábitos patrióticos, te recuperarás plenamente, y serás una persona normal. Veo que tu problema se centra en los milicianos: es una extraña variedad de la franquitis, llamada franquitis miliciana: tiendes a ver como algo normal, por ejemplo, la violación de una monja. Hay poca gente con esta sintomatología, pero también hay cura, no te preocupes. Tienes que cantar el himno de España todas las mañanas, mientras izas bandera, aprenderte el Cara al Sol, e ir a Misa, entre otras cosas. Te recomiendo una visita al Valle de los Caídos cada mes. De verdad, mucho ánimo, que lo superarás, y podrás llevar una vida completamente normal. Estamos contigo. No te sientas mal por ser diferente. Un abrazo y suerte.
Oye, tu no seras hijo de un rumano de las brigadas internacionales, no? Lo digo por el apellido. Es que mi abuelo me decía que entre todos los de las Brigadas, los más... esto... "asi", eran los rumanos, porque eran los unicos que se creian este tipo de babayadas.
Bueno tio, suerte y animo. España es grande, y ya lo dijó Caldera: "papeles para todos".
Hay que ser humanitario...
Este usuario anónimo que se te ha infiltrado ¿tiene mucho tiempo libre no?
Un saludo,
Gemma
Joer, estoy abrumado por la cantidad de tiempo que pierde alguno en insultar a los demás y repitiendo lugares comunes.
No pienso borrar ni uno sólo de los comentarios, porque no lo he hecho nunca, de este/a buen hombre/mujer que ha venido a tratar de exponer sus razones en estos largos comentarios.
He reproducido este manifiesto del año 36 por su significado ante el alzamiento de los facciosos.
Quien haya leido alguna vez cómo escribo sabe que mi adhesión a la II República no es ciega, y que tengo multitud de críticas que hacerle, pero en un aniversario luctuoso lo que se debe hacer, en primer lugar, es recordar la barbarie fascista que sojuzgó España durante casi 40 años.
Por algunos de tus comentarios, no creas que no me los he leído, sé que debes ser asturiano, por usar vocablos como babayadas o referirte a Colloto...en fin, si me conoces y quieres discutir algún día sobre todo esto ya sabrás dónde encontrarme, pero no hace falta insultar ni faltar al respeto.
Eso de que en los países de ámbito anglosajón el comunismo no tiene arraigo...quizás dentro de tus vastos conocimientos históricos sepas que el último partido socialista pro-soviético de Europa fue el Partido Laborista de los 70, o que en USA se montó un Comité que persiguió y encarceló a aquellos que eran comunistas (¿para qué si eran tan pocos como dices?), o que en una de las grandes ciudades americanas, Milwaukee, hubo un alcalde socialista en los 60 que pasará a la historia por la red social que trató de tejer en la ciudad.
¡En fin!, allá cada uno con sus cosas.
Gemma, gracias por la visita.
La verdad es que esos "intelectuales" no se creen ni ellos mismos las mentiras que cuentan, la que mas gracia me ha hecho ha sido la de los bombardeos de las pobrecitas madrecitas que van a por pan en el marcado y que los terribles pilotos alemanes como no se atreven con los heroicos pilotos republicanos, solo se atreven con ellas. En fin, Miguel, que propaganda hay mucha, verdad solo una.
Un saludo
Lo siento, Miguel, veo que una ristra de gilipollas (o uno sólo y con la cobardía del anonimato) se suman a tu blog para soltar sandeces, ciertamente, el tiempo perdido en escribir aquí podían haberlo utilizado en, por ejemplo, subir a la Fosa Común de Oviedo (porque sí que parece que los invitados son asturianos) y ver la lista de nombres de personas que allí yacen asesinados por ese golpe que tanto justifican.Y que después, proceda a pensar que los nombres que allí figuran suponen una ínfima parte de las personas a las que realmente dieron muerte los fascistas, ya que muchos y muchas están bajo tierra sin identificar en arcenes y cunetas (la valiente forma de asesinar a los enemigos dejó inundada España de cadáveres sin sepultura y de viudas y huérfanos sin un triste sitio donde ir a llorar a un ser querido) .Y, sí, me pongo melodramático porque me da la gana, y porque, hostia, esto es un drama que le duele aun a mucha gente, algunos aun vivos y que no comprenden que (al contraio de lo que se hizo en otras transiciones democráticas -incluídas las aperturas tras regímenes democráticos-) hay quien proteste cuando se elimina de una vía pública la escultura que ensalza a quien fue el asesino que cambió su vida. Porque, amigo o amigos anónimos, os recomiendo revisar las cifras de muertes en la guerra provocada por el golpe, y las que tuvieron lugar en la represión de la posguerra hasta bien entrados los años 60. También te/os recomiendo también revisar la obra y figura de Unamuno antes de hablar de él. Por cierto, recuperar la memoria no significa abrir heridas, sino recuperar la dignidad de todas las personas de las que hablaba hace unas líneas, oscurecida junto con la historia por 40 años de régimen totalitario. Por último, y sigo aconsejando, documentales hay muchos, muchísimos, lo mismo que películas, pero reto a cualquiea de los usuarios anónimos esos que ni firman siquiera a que vean, por ejemplo "La lengua de las mariposas" y me justifiquen la escena final, posiblemente en un alarde cinismo lo harán, cuando lo que haría cualquie ser humano con sangre en las venas es emocionarse,si no llorar.
Por cierto, perdón al/los visitiante/s sin identificar por decir que son asturianos, que seguro que son ESPAÑIIOLESSS de esos que tienen fijación froidiana con un trozo de tela de colores en el que tratan de ocultar su ideología (o su falta de ella).
Saludos, Miguel, sigue así.
David
de verdad, no merece la pena escribir así, porque no tenéis ni puta idea. si, vamos a la fosa común de oviedo, pero antes, pasemos por la que dejaron los rojos en luarca a la que no se da publicidad, entre otras muchas, a paracuellos, o visitemos los sepulcros de las víctimas de las checas (a, no, perdón, que la mayoría de ellos no tienen, pero como son de derechas, da igual). si no entendéis lo que es España, vale más que no habléis de ella, porque no hacéis más que insultarla, como borregos que sois: no comprendéis nada de nada. Si tan contentos estáis con la república, y la izquierda, os recomiendo que vayáis a países que sufren el comunismo...pero claro, es muy fácil hablar en casita, viendo la tele, y saliendo por las tardes a tomar algo con los amigos a cualquier bar. En el fondo, aparte de cínicos, sois unos pijos acomodados que se creen más "guays" por ser de izquierdas, pero sólo de boquilla, porque nadáis en el capitalismo, al que tanto despreciáis externamente, pero del que no saldríais por nada del mundo. Os merecíais vivir en Cuba, la ex URSS, Corea del Norte, o Siria, a la que tanto alabáis, para saber, de verdad, de lo que nos libró Franco, pero no espero que lo entendáis: vosotros seguid con la historia de la represión y lo malo que era, y creyendo vuestras propias mentiras, no seré yo el que os intente convencer de nada...en cuanto al David este de antes, si le llamas asesino a Franco, qué le llamas a Indalecio Prieto, Largo Caballero, o Carrillo? Te gusta que haya calles con su nombre? tio, te desprecio intelectualmente y como persona, no soporto el cinismo. Nos llama españoes...y tú que coño eres? un apátrida? eres lo mismo que yo, pero con la diferencia de que yo estoy orgulloso de mis raíces, y quiero a mi país, al que le debo todo lo que tengo, y me permite vivir con comodidad (gracias a Franco), y, tu, eres un maldito desagradecido sin más apego que tu propia estupidez e ignorancia. En fin, si, como tu dices, España es un trozo de tela con dos colores, ya me lo dejas muy claro...con gente como tú, simplemente, no se puede hablar, no sólo por ignorancia, sino por falta total de racionalidad. Es la primera vez que entro aquí, pero no pienso volver a hacerlo, supongo que tp me echaréis de menos, yo a vosotros, tampoco. Venga, que sigáis bien. Ah, me llamo Pedro Suárez, y soy de Avilés, por si os interesa, si pongo anónimo, es, porque no os conozco...ni ganas que tengo.
Hola de nuevo, Pedro (ya que al fin te identificas), te felicito por tu capacidad para mezclar churras con merinas, impresionante. No te pongas a hablar de número de muertos porque, primero, echa las cuentas, y segundo, ésa no es la cuestión: la cuestión es que un grupo de salva patrias que creía saber lo que era España (como tú, que parece que lo sabes muy bien) decidieron que el resto de la gente era una ignorante (como tú lo has decidido en este diálogo) y que con sangre se arreglaban las cosas, ¿por qué? Porque siglos de poder en España para las jerarquías de la nobleza, y las clases eclesiástica y militar habían sido finalmente derrotadas por el pueblo, a quien se le dio la oportunidad de elegir libremente. Claro está, quien tiene las armas tiene la fuerza, pero no la razón. Lógicamente, en una guerra se cometieron tropelías por ambos bandos, pero hay que tener muy claro quién inició esa guerra (simple y llanamente por no aceptar que el pueblo eligió retirarles el poder del que habían gozado), y quién se lleva la palma en número de muertos (o exiliados, muchos muertos en vida al fin y al cabo), y siento seguir este debate de cifras, pero Pedro, tú has sido quien lo has iniciado, documéntate un poquito que llevas las de perder. Por otra parte, y siguiendo con tu modo de mezclar churras y merinas, me hablas del comunismo ¿quién habló de estar a favor del comunismo? Yo no creo en el comunismo, porque no creo en ningún régimen totalitario, creo en la democracia (mira, un rasgo en común del franquismo que tú dfiendes y de, por ejemplo, Stalin, era acabar con los que pensaban contrario matándoles). Me encanta que me llames ignorante y que me desprecies y te lo agradezco, dentro de tu escala de valores no esperaba otra cosa,y de verdad que me alegra, lo que me preocupa es que España haya tenido que pasar una guerra, una dictadura con su aparato represor y asesino (sí, asesino, no tiene otro nombre) y que después de una transición en la que muchos de los represalidaos tuvieron que hacer de tripas corazón en pos de una salida democrática, todavía queden energúmenos que, como tú, dicen que viven bien gracias a Franco.
Por cierto, claro que soy español, eso dice mi carné de identidad, pero por suerte soy libre de sentirme también -y no es excluyente- asturiano, o europeo, o ciudadano del mundo (uy, que tontería, que cosas tenemos los progres, ¿verdad, Pedro?) Pero nunca escudaré mi ideología en un puñetero trozo de tela, ni en la bandera asturiana ni en la europea ni en la española, por más que sean los pueblos con los que me identifico. Porque no son más que signos, símbolos que se pueden utlizar en un momento dado, pero que no legitmian a nadie para nada, y mucho menos para decir, como tú te atreves, lo que es España: Pedro, salao, eso lo dicen los españoles, ni tú ni yo, y en cada momento histórico se han pronunciado, con mayor o menor libertad (y resulta que en el 36 se habían pronunciado a favor del Frente Popular).
Me quedo con lo de mi estupidez y mi ignorancia, desde luego (y orgulloso, ya te digo) pero he de rectificarte lo de la irracionalidad: irracional(opuesto a la razón) es que un tío se declare generalísimo y se le deba alabar bajo palio, irracional es creerse un caudillo enviado por dios para salvar la patria (pobrecitos ellos, que son unos ignorantes) y hacerlo con bombas y tiros en la nuca, eso es irracional. Pero, bueno, Pedro, no te vamos a pedir mucho ¿qué vamos a esperar de alguien que nos dice que somos unos pijos ignorantes que despereciamos el capitalismo? Bueno, por suerte los años 80, la democracia, trajo un clima a España en el que muchos pudimos/pudieron empezar a llamarse clase media y en el que las clases bajas pudieron acceder a todo tipo de educación, lo que ha hecho que yo, por ejemplo, tenga amigos de toda clase y condición social con los que tengo casi todo en común ¿pijo? Bueno, depende comparado con quién. ¿Desprecio del capitalismo? ¿Quién ha dicho eso? De cualquier modo, por muy contento que creas que vivirías en un régimen franquista, no te lo deseo, por ejemplo, sólo por poner algún ejemplo, no podrías estar insultándonos en este foro porque, seguramente, el acceso a internet estaría restringido; podrías ir apagando la tele porque todos los programas que te gustan estarían prohibidos, y, seguramente, algún familiar tuyo no estaría entre nosotros (posiblemente, tu familia católica y de bien, ocultaría su dolor rezando supuestamente avergonzada por el alma de la oveja negra de la familia, el rojo desviado, pero un muerto es un muerto, y no se lo merece nadie).
En fin, anonadado me quedo con las que dice este tal Pedro.
Saludos, Miguel!
David
Estimado Pedro,
En primer lugar gracias por invertir tu tiempo en escrbir aquí, supongo que lo podías haber gastado en mil cosas diferentes.
No creo que nunca me hayas leido apoyar los asesinatos que se cometieron en nombre de la República, ya que no apoyo, ni justifico, las matanzas de religiosos ni de personas de ideas contrarias a las mías. Pero lo que es cierto es que los muertos del lado nacional tuvieron 40 años de reconocimiento y recompensa. Ahí están El Valle de los Caídos, las múltiples referencias existentes en todos los lugares de nuestra geografía alabando la sangre de los mártires derramada para parar la amenaza marxista, o cualquier libro de texto de la época. En cambio nuestros muertos nunca han tenido la satisfacción y reconocimiento que merecen. No pido que los declaren mártires, ni que los sitúen por encima de nadie. Pero es de justicia que los asesinados por la barbarie fascista reciban un reconocimiento por parte de todos los españoles.
Por otro lado, ¿has leido aquí alguna glorificación del comunismo dictatorial?¿En algún momento nos hemos posicionado David o yo, o cualquiera de los que visitan este blog en favor de una dictadura del proletariado?Bajo tu punto de vista es imposible ser de izquierdas sin apoyar a Enver Hoxha o Kim Jong Il...vaya, eso es capacidad de convertir los grises en negros. Las dictaduras, sean del signo que sean son rechazables y condenables, y nunca verás aquí una sóla referencia que cierna dudas sobre ello. Mi modelo no es Siria, a la que jamás labaré, ni Corea del Norte (ni del Sur), ni Cuba. ¿Has oido hablar de Suecia, Noruega o Dinamarca? Las naciones con mayor bienestar...construidas por la socialdemocracia, por la izquierda.
Estás orgulloso de ser español, y eso no es ni bueno ni malo, es un sentimiento personasl. Pero tu definición de español no es la misma que la mía. Yo estoy orgulloso de la España diversa, plural, acogedora, generadora de riqueza cultural y pluralismo, la España en la que puede vivir y progresar cualquiera, sin importar su credo, ideología o lugar de nacimiento. Quizás quieras una España en blanco y negro...en ese caso me avergüenzo de tu España, no es la mía.
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