Monday, April 21, 2008

Las miserias de Venezuela

En un lugar cualquiera de Asturias conozco a Ismael (nombre ficticio), un venezolano que ha vivido mil peripecias hasta arribar al norte de España para fijar su residencia. Es un tipo muy afable y destaca de sí mismo su perfecta integración en un clima a priori tan diferente al suyo, como es el Cantábrico.
Tras intercambiar un par de frases de cortesía siento curiosidad por preguntarle que le ha impulsado a abandonar Venezuela para irse a Europa. Tras vacilar inicialmente, comienza a darme cuenta de su historia.
Trabajaba como técnico de seguridad para PdVSA, la compañía petrolífera pública venezolana que en 2003 se vió sacudida con un despido masivo por obra y gracia de la democracia dactilar chavista.
Me comenta que en sus años en PdVSA la compañía pública era una empresa eficiente, capaz de transferir y recibir tecnología de cualquier otro gigante petrolífero del mundo. Recuerda, con visible nostalgia, la valía de sus compañeros de trabajo.
Ismael fue uno de los despedidos, más de 9.000 en total, por la convocatoria de un paro, declarado como ilegal, político e imperialista por parte del Gobierno venezolano, en el que, según su relato, sólo trataban de defender sus derechos como trabajadores, y defendían un modelo de gestión que había favorecido la producción y los derechos sociales.
Esos más de 9.000 trabajadores sólo cometieron un delito, a ojos de la maquinaria política de Hugo Chávez, firmar un manifiesto en defensa de la independencia de PdVSA y la honestidad de sus gestores y trabajadores. "Algo así hubiera sido visto como aplaudible por cualquier miembro de la izquierda europea", recalca.
El resultado del ejercicio de su derecho como ciudadano y trabajador es más que conocido: Despido inmediato sin reconocimiento de sus derechos sociales, y censura para trabajar en cualquier otra empresa del país.
Hugo Chávez dejó en la calle a 9.000 parados sin derecho a recibir un mísero céntimo por sus años de servicio al país. A cambio les condenó a vivir el resto de sus vidas sepultados en la miseria, confinados a trabajar en las calles, o en empleos de nula cualificación, o, lo que era más duro para ellos, exiliados en cualquier otro punto del "mundo capitalista".
Tras un año buscando empleo en Venezuela, y recibiendo respuestas, incluso por parte de empresas privadas, del tipo "usted sabe que no le podemos contratar, su nombre está en la lista", Ismael tomó la difícil decisión de cruzar el charco e irse a Europa.
El resto no importa, porque es sólo su vida personal.
La locura megalómana de alguien que se cree ungido para hacer y deshacer a su antojo, en pos de un ideal presuntamente justo, tiene unos resultados devastadores: subvención de la pobreza de sus acólitos, corrupción y exterminio del discrepante.

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