Thursday, May 06, 2010

Agotamiento y reformismo

La reunión entre el Presidente del Gobierno y el líder de la oposición ha dejado clara una cosa: la política (o los políticos) actual está agotada.
Si ante una crisis de magnitud desconocida, lo máximo que logran los líderes de las dos empresas de captación de votos más potentes del país es repartirse las Cajas de Ahorro, es que algo no funciona.
Y algo no funciona porque la casta política está feliz con ese mal funcionamiento. Al fin y al cabo, muchísimos paniaguados logran tirar de su vida gracias a este mecanismo caduco e imperfecto.
El sistema político español, o, más exactamente, España como país, es, a día de hoy, un carro de madera en un mundo de automóviles.
No es una cuestión de este partido o aquél. En realidad es una agregación de todos, una suma de despropósitos que nos ha abandonado a una partitocracia ineficiente y amiguista que entiende la democracia como un cortijo, como una ETT de lujo, bien pagada y bien reconocida.
Una vez que se ha constatado que Zapatero es un elemento amortizado, no se vislumbra en el horizonte que su alternativa constituya un refresco. Más bien al contrario. Zapatero puede ser una Coca - Cola sin gas, pero Rajoy no pasa de ser una cazalla para alcohólicos sin dinero. Un líder gris, sin carisma ni ideas, que espera a la caída del templo con el ánimo de erigirse salvador de una columna.
Pobre España la nuestra, en la que todo el mundo es feliz dentro de su infelicidad, ¡qué paradoja!, y en la que la crítica propia es vista como un insulto.

España es un país de listos, pícaros y delincuentes. Una nación construida sobre la estulticia y el fundamentalismo de todo orden y condición.

España necesita, como el comer, una nueva generación de ciudadanos que apuesten, decididamente, por la voladura controlada de nuestra nefasta herencia, llena de fanáticos, para construir un futuro moderno y libre.
En un mundo que asiste al nacimiento de Obamas, Cleggs y Hatoyamas, da lástima pensar que España sigue necesitando, como bien decía Pérez - Reverte, un Napoleón.

Es el momento de articular un auténtico reformismo progresista, con unas bases ambiciosas con el ánimo de recortar la burocracia que nos rodea, salir de la modorra autocomplaciente que nos embriaga, y entregarnos a la superación y la conquista permanente.
Donde los ciudadanos sean más libres, más iguales, y, sobre todo, tengan más conciencia de ciudadanos.
Donde los políticos dejen de ser una CLASE, para convertirse en servidores públicos que hacen un paréntesis en su vida profesional.
Donde los que más tienen colaboren para los que menos suerte han tenido puedan, algún día, colaborar tanto o más que ellos.

Donde, en fin, se pueda alzar la cabeza con la satisfacción de estar divisando todo aquello que, algún día, soñamos construir.

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