A estas horas la toma en consideración de la tramitación del proyecto de reforma del Estatuto de Autonomía de Catalunya es un hecho, y lo es gracias a uno de los mejores debates parlamentarios que yo recuerde, con una fuerza argumental arrebatadora y una expresividad pocas veces alcanzada por los diputados de la cámara española.
La delegación proponente ha explicado con solvencia y pasión el porqué de su proposición. Puede gustarnos más o menos el modo en el que se expresan unos y otros, pero han estado a la altura de las circunstancias.
El grupo socialista, y, más en concreto su portavoz Alfredo Pérez Rubalcaba, ha estado muy sólido, especiálmente en su última intervención, en la que ha recordado de modo palmario el que el PP haya estado 20 años por detrás del progreso social que en este país hemos construido entre todos.
El portavoz de CiU, Durán-Lleida, ha estado, como es habitual en él, muy comedido, sobrio en su exposición, certero en sus argumentos y sincero en sus sentimientos.
Parecido ha estado Puigcercòs, portavoz de ERC para la ocasión, algo más apasionado en su exposición que el antedicho, aunque mostrando la misma solidez argumental.
El portavoz popular, Mariano Rajoy, no ha sorprendido a nadie. Ha continuado con su idea de apropiarse de españoles y catalanes, de Constitución y Estatuto, de velas y candelabros, es decir, ha tratado de recordar que "la calle es suya", como hiciera trístemente celebre su mentor.
El señor Rajoy ha caido en contradicciones flagrantes, como es decir en su primera intervención que el no quería prejuzgar el contenido del proyecto, sino atacar la innecesidad con la que se aprobó, haciendo especial hincapié en el papel jugado por el presidente del Gobierno en todo el proceso; para acabar atacando de modo soflamario el fondo del asunto, atribuible, por supuesto, al propio presidente; convirtiendo todo el debate en una especie de debate sobre el Plan Zapatero, y despreciando la voz legítima de los catalanes, despreciando sus instituciones y despreciando el pasado de cada uno de los grupos que, con su esfuerzo, han construido la historia reciente de este país, entre los que, por cierto, no se encuentra el suyo.
Quiero dejar para el final a los cuatro ponentes que, por su solidez y su razón, me han parecido más brillantes: El presidente del Gobierno, sr. Rodríguez Zapatero; los portavoces de Izquierda Unida-ICV: Joan Herrera y Gaspar Llamazares; y el portavoz de la Chunta Aragonesista, José Antonio Labordeta.
El presidente ha estado inconmensurable en el que puede que haya sido su mejor discurso como presidente, con un tono y una templanza remarcables, y una fundamentación en todos sus argumentos que se echaba de menos en el otro grupo mayoritario. Todo lo esgrimido por ZP se apoyó de modo preciso en las leyes vigentes y en los debates que, en su momento,han antecedido a éste en cuanto a la cuestión territorial.
Los portavoces de Izquierda Verde han defendido el proceso y han atacado la radicalización de la derecha en estos años de vigencia constitucional. Su defensa de los procedimientos democráticos y de lo que la izquierda debe decir en ello ha sido muy sentida y destacable.
Por último José Antonio Labordeta ha vuelto a poner las notas de sentido común y "voz de la calle" que el debate precisaba. Sus argumentos solidos, su voz templada y su determinación por decir la verdad hacen de él uno de los mejores diputados de la historia reciente de la democracia.
Ahora queda lo más difícil, pero ello no obsta para que este 2 de noviembre de 2005 haya de pasar a la historia de la democracia española como uno de esos días en los que nuestro sistema demostró estar madurando y alcanzando una mayoría de edad que nos debe hacer sentir orgullosos de lo que hasta aquí hemos construido.